Colección Luces, Sombras y Naturaleza

Fue en 1890 cuando Claude Monet, precursor del arte abstracto, adquirió una finca familiar y en ella había un estanque con plantas exóticas que fueron el modelo de sus famosos nenúfares. El precursor de la abstracción.
La madurez del estilo Monet le implica llevar su pincelada unos pasos más allá, lejos de su pasado, y más próxima a la abstracción mediante la eliminación de la línea y la vaporización de los contornos. Es una pincelada más difusa, cargada de meditación, y más volcada hacia el yo interior con el que convivía por aquel entonces.

Para Marta Labrador Monet decía que cuando pintaba los nenúfares no le importaba lo que veía, sino lo que había entre lo que estaba pintando y él. Se siente muy identificada, porque cuando pinto, no pienso en nada. De hecho, no piensas en hacer algo bonito, sino en otras cosas, como en el diálogo que se establece con la propia obra.

En esta colección pictórica ‘Luces, sombras y naturaleza’, Marta Labrador habla y reflexiona apoyada en el diseño conceptual de Monet y construye una metáfora con el discurso del pintor, ofreciendo con estas obras una experiencia conjunta y envolvente. El paseo por las diferentes etapas del individuo que representa esta colección viene marcada por el uso de las luces y las sombras que utiliza y que, a la vez, representan el símil que caracteriza la existencia humana. Hay que entender que en la vida no hay luz sin obra y que toda convivencia con la naturaleza se convierte en un refugio para la meditación y la paz personal, tal y como se detalla en una de las cartas de Monet fechada en junio de 1909.

Además, este discurso, vigente y contemporáneo reflejado en estas obras, tiene cabida en cualquier proyecto de interiorismo del momento actual. Lo podríamos llamar «La permanencia de lo efímero».

Interpretación de la autora

La madurez del estilo de Monet que lejos de lo que podía pensarse no se queda atado a su pasado sino que se arriesga por una pincelada más difusa y meditabunda.

Ya no busca solo capturar el instante como fenómeno lumínico sino también la experiencia interior, como si el espejo de agua sobre el que flotan los nenúfares del alma buscase quietud y calma. Partiendo de la eliminación de la línea y la vaporación de los contornos, Monet se muestra menos complaciente pero más volcado sobre sí, lo que puede haber sido causa de la poca atención que estas piezas monumentales merecieron en su momento.

Monet tomaba un riesgo deliberado, en cierto sentido no pensó solo en el resultado del cuadro como fenómeno singular, no al menos en la serie de los lienzos monumentales. Pensó en un concepto y en las condiciones necesarias para poder apreciarlo.

Concibió la obra no como objeto único sino como experiencia conjunta (esta última reflexión me parece destacable ya que es lo perseguido en esta colección por Marta Labrador, en busca de una experiencia de conjunto).

A este respecto Monet decía sentirse tentado a la idea de que estos lienzos envolvieran el interior de una sala para producir la ilusión de estar sumergido en aquellas escenas, sin horizonte ni orilla, y esperaba que aquel efecto se tradujese en un refugio para la meditación y la paz, tal como lo atestigua en una carta fechada en junio de 1909 (Honorio y Fleming) interpretan la madurez de Monet.